miércoles, 26 de noviembre de 2008

JULIACA CIUDAD BASURERO

Hay ciudades que son acogedoras como Lisboa, guapas como Madrid, incansables como Nueva York, sensuales como Fortaleza. También las hay espeluznantes, como Juliaca.
Llegué ahí con mi mujer, mis cuatro hijos y la nana de la más pequeñuela. Fue durante unas vacaciones de medio año, en que salimos de Lima para recorrer por tierra los Andes del sur del Perú. Íbamos en nuestra camioneta, atiborrada de maletas y pertrechada de un pequeño pero efectivo devedé, que hace más llevaderos los viajes largos a los niños. La nuestra era una aventura de vacaciones, y veníamos de recorrer Nasca y sus líneas enigmáticas, Abancay y sus paisajes fotogénicos, Machu Picchu y sus ruinas ancestrales, Ayaviri y sus vacas mantecosas, Lampa y sus calles de postal. El destino final era el Titicaca, el lago navegable más alto del mundo, y hacia él nos dirigíamos cuando tropezamos con Juliaca. (Porque uno no se encuentra con Juliaca. Uno se empotra contra ella). Ésta es una ciudad andina, del departamento de Puno, con poco más de doscientos mil habitantes y a la que la cercanía del cielo (cuatro mil metros de altura) no le ha conferido ningún aspecto celestial. Al revés. Es una suerte de purgatorio que los viajeros deben recorrer obligatoriamente cuando se mueven entre Cuzco, Arequipa, Puno y Bolivia. Un pasadizo del averno.
Juliaca parecía una creación de Stephen King luego de una mala siesta. Bulliciosa. Maloliente. Caótica. «¡Coño, y ahora cómo hago para salir de aquí!», fue mi primer pensamiento al sentirme engullido por ese lugar. Su ornato era como el arameo que hablaba Cristo. Algo que no entiende nadie. Macarena, mi hija de diez años, anotó en un cuaderno que llevaba consigo: «No-hay-ciu-dad-más-fe-a-que-Ju-lia-ca». Lo hizo en voz alta y marcando las sílabas. Afuera las pistas eran intransitables. Las calles estaban atiborradas de una turba de conductores de carretillas que se zurraban las luces rojas de los semáforos, como si hubiesen sido inmunizados contra ellas. Las señales viales, cuando aparecían, guiaban hacia ninguna parte. El letrero de «salida» no asomaba por ningún lado. Las autoridades parecían mimetizadas con esa anarquía. Un policía pícaro me detuvo, arguyendo que me había pasado una luz roja y luego me pidió dinero para una gaseosa. Lo peor: no me indicó el camino de salida.
El tiempo transcurría y las callejuelas superpobladas por carretillas seguían apareciendo, llenas de bicicletas, mototaxis y vendedores que invadían las pistas con sus productos. Al preguntar por la salida, la gente señalaba con un dedo hacia cualquier sitio. Desesperado, le pregunté adónde iba a un hombre que esperaba en la parada de un autobús. Se inquietó por la pregunta. Iba a su trabajo en la fábrica. Ofrecí llevarlo y, aunque al principio me miró con recelo, aceptó después de saber que no le iba a cobrar por el transporte. Sólo tenía que indicarnos la salida de Juliaca. La fábrica está en el camino a la salida, dijo él. Mi hijo mayor gritó de contento. Mi mujer dijo: «¡Por fin!». Y Macarena escribió: «Nun-ca-sen-tí-más-a-li-vio-cuan-do-sa-lí-de-Ju-lia-ca». Éramos como robinsones hacia el final de nuestro naufragio. O algo así. Mirar a Juliaca por el espejo retrovisor y verla cada vez más lejos y más lejos fue, definitivamente, una experiencia zen. Sin embargo, ese lugar me perseguiría como una maldición. Y no exagero.
***
De vuelta en Lima, escribí sobre ese viaje en un periódico. Y a Juliaca sólo le dediqué un párrafo. Apenas cuatro líneas. Lo suficiente para que los juliaqueños me convirtieran en enemigo de su ciudad y exigieran una rectificación. Querían que escribiera un nuevo artículo reivindicatorio, a página entera, bajo el título: «Perdón, Juliaca». El sindicato de canillitas no trabajó un día en gesto de protesta. Esgrimían que había ofendido a la «Perla del Altiplano». ¿Acaso se daban cuenta de la ironía?
Pero la cosa no quedó ahí. La Cámara de Comercio de Juliaca publicó comunicados para recusar mis opiniones. Los programas políticos de la radio y la televisión de Juliaca lanzaron incendios contra mí. La municipalidad de la ciudad me declaró persona no grata. El alcalde anunció que me demandaría por cincuenta millones de dólares. Los congresistas de la región presentaron una moción de protesta y reclamaron mis públicas disculpas. Cientos de pobladores salieron a las calles portando banderas y quemaron muñecos que tenían mi nombre. Un niño rabioso, con una mirada de ésas que cortan, recitó un poema coprolálico en medio de la plaza de armas y me retó a enfrentar a la turbamulta. Y en este plan.

Los ataques duraron cerca de un mes, en el que no dejé de recibir correos irreproducibles y amenazas. Hasta que, de pronto, un inopinado fenómeno celestial zanjó este zafarrancho de combate. Un enorme meteorito atravesó la atmósfera a unos veinticuatro mil kilómetros por hora y cayó muy cerca de Juliaca. El forado que dejó era espectacular: seis metros de profundidad y unos treinta de diámetro. Un verdadero milagro. De súbito, los juliaqueños se olvidaron de mí. Y por unos cortos instantes, volví a creer en dios. Y a este dios, el dios del meteorito, le ofrecí que nunca más en esta vida iba a volver a Juliaca. Eso sí, y que conste en actas, le recriminé por haber errado el tiro.

Extraido de: http://etiquetanegra.com.pe/

jueves, 9 de octubre de 2008

¿¿¿¿En que se ha convertido esta ciudad????

Triciclistas al ataque!!!

JULIACA LA HORRIBLE!!!!



La prosperidad de una orbe se mide en la calidad de vida de sus ciudadanos
¿alguién podría decir que aca se vive bien?
¿alguién podría sentirse orgulloso de esta ciudad?

Malcriados triciclistas, comerciantes anarquicos, casas feas, polvo y tierra por todo lado, mercados sucios, delincuencia, caos y mas caos.

¿Cuando pienzan cambiar esta realidad?
Despierta! Todo depende de ti....




One hour outside of Puno is hell-on-earth. Juliaca.

One hour outside of Puno is hell-on-earth. Juliaca. Never have I seen a place so decimated, rubbish strewn or horrible. Yet here still, the people smile and wave in a happy and non-assuming way.


Axisten muchos blogs de viajeros, lo de arriba es la opinión de un turista que estuvo de paso por la ciudad de Juliaca y se dió la peor de la impresiones y más aún por que en el trayecto de la ruta del tren se puede encontrar cosas realmente desagradables. Cuándo el Alcalde se animará limpiar esa chatarreria de la foto?
Puno tampoco se salva de la opinión del turista, pero he de reconocer que ultimamente Puno esta mejorando y la actitud de la gente ayuda en eso.
Uhm y Juliaca, para ser sincero solo por el centro se pueden encontrar cosas pasables, pero tanteando eso representa el 0.05 % de la ciudad.

Juliaca...ciudad parida por el diablo

Lampa es la antítesis de Juliaca, esa ciudad parida por el diablo, caótica e insufrible, cuna de contrabandistas, antónima de la estética, antesala del infierno, desde la que se yergue un huachafísimo monumento al carretillero, en la que a uno le asalta la sensación de Richard Kimble, donde lo primero que se piensa al entrar en ella es cómo escapar de ahí.

Lo acido de lo anterior calo en el corazón de la llaga (Juliaca), el autor es el periodista limeño Pedro Salinas, quien hace algún tiempo remeció la mentalidad calcetera, a autoridades y a la mediocre prensa juliaqueña, todos refunfuñaron con creces por las crudas afirmaciones del mencionado periodista, afirmaciones que no escapan de la realidad.
Aunque debo recococer que al final de su artículo si que se excedió al escribir:
“Grande, Lampa. En cambio Juliaca, una caca”.
Pienso que ese artículo mas bien debería ser tomado muy en serio por todos los juliaqueños para sacarse la venda y vean la pobredumbre en que se vive, y tomar iniciativas para que todo esto cambie, alguien hizo algo? Al desubicado del alcalde lo primero que se le ocurrió fue demandar a Pedro Salinas cuando lo mas saludable hubiera sido darse una vueltita por toda la ciudad y manos a la obra! Quizás mucho mejor que la famosa "Marcha de la dignidad" hubiera sido algo así como "La marcha de la limpieza y el orden", hasta cuando????
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Aquí un artículo mas acertado por el destacado Cesar Hildebrant:
¿Juliaca es una caca?
Mientras la guerra de las cervezas produce su primer naufragio y su primera ahogada –que Backus responda por ello, ya que no respondió por lo que pasó con el Intiwatana, ya que jamás pagó nada, judicialmente hablando, por las denuncias de falsos vecinos de Huachipa en contra de la planta cervecera adversaria y ya que, en suma, hace lo que le da la gana en este país de panzones de cebada y lúpulo que se dan de chavetazos mortales al son de una pilsen cualquiera–; mientras la sucia guerra de la cerveza continúa, digo, Juliaca le ha prohibido la entrada a Pedro Salinas, le exige pedir perdón a la ciudad por los agravios sufridos y amenaza al periódico donde escribe con no distribuirlo por razones de lesa majestad ciudadana.
¿Y qué ha dicho Pedro Salinas sobre Juliaca? Bueno, Salinas ha apelado al minimalismo excretorio y ha dicho que Juliaca, para él, es una caca. Se ha referido, desde luego, a la ciudad en tanto conjunto armonioso y expresión de arquitectura y buen gusto. Ha aludido al paisaje urbano, al zafarrancho pujante y literalmente fronterizo que es Juliaca, a ese menestrón de ladrillos que el apuro ha vomitado sobre el plato hondo de la autoconstrucción y la burundanga y que hubiera, en efecto, horrorizado a ese gran puneño que fue don Federico More –por más que los plastas hayan querido confinarlo a sus descomunales faltas–.
¿Puede una ciudad entera darse por aludida ante el laconismo coprolálico de mi amigo Pedro Salinas? ¿Puede un periodista, por más influyente que sea, herir la susceptibilidad de una provincia entera? ¿Se puede –en suma– ofender a cientos de miles con una sola palabra?
Claro, en medio está el asunto del racismo, del limeñismo respingado, del sur hirsuto y contestón, de la negación de lo aymara –negación más vieja y sañuda que la que pende sobre lo quechua–, del prestigio de lo impreso y de las legítimas susceptibilidades que hoy las regiones ascienden a estatuto y levantan como muralla.
Pero yo puedo decir que Lima es horrible –y lo he dicho mil veces– y nadie me ha saltado a la yugular. En primer lugar, porque la frase es de Sebastián Salazar Bondy y los limeños se vacunaron con ella hace muchos años. En segundo lugar, porque Lima, en efecto, es en muchos aspectos espantosa. Y, en tercer lugar, porque Lima se ha quedado sin limeños y es hoy una ciudad varada por la incertidumbre, una ballena moribunda que pertenece a los siete mares y las mil leches, una sola invasión de vencidos que hacen flamear esteras entre los perdigones cada noche. ¿Y eso podría abreviarse con la palabra caca? Bueno, no es mi estilo, pero admito que la equivalencia no me parecería tan estrafalaria.
¿Y Castañeda Lossio, que odia a Lima más que los que la orinan, podría declararme persona no grata por decir que esta ciudad –donde nací– se parece a lo que fabrican la digestión y las horas? ¿Me va a mandar pegar Castañeda, el de las piletas que mean como recién nacidos bien dotados, porque digo que Lima tiene una cierta hermandad con aquella materia que escapa de nosotros de la misma manera entre los Papas que entre los infantes de marina?
No, y nadie se ofende si digo que, desde las esteras y los lomos de corvina sin corvina, Lima puede parecer una reverenda mierda.
¿Qué pasa, entonces, en Juliaca?
Yo creo que lo que más la ha agraviado es la rima de Juliaca y caca. ¿Creerán los paisanos de Cáceres Velásquez que esa consonancia tiene algo de intrínseco? ¿El lenguaje como anticipo del destino? Pues debería Pedro Salinas explicar ahora los motivos de su desprecio, pero en prosa.
Lo que quiero decir es que lo que hubiera podido ser una polémica divertida y aleccionadora sobre la cacanería urbana de Lima y los cuatro suyos se ha convertido, de oficio, en odio tumultuario y venganza de a mitin. Al fin de cuentas, Pedro Salinas ha expresado, de modo quizás incontinente, una opinión. Y si hay algo que reivindicar, pues allí está el poder judicial. Que el linchamiento televisado de un alcalde de la región Puno no vaya a servir de precedente.

César Hildebrant en el diario La Primera 10-09-07